martes, 9 de noviembre de 2010

Porqué.

La mujer había llamado para preguntar porqué la letra no era del importe que ella solía pagar. Temblorosa, su voz fue dictando los “pasos” necesarios para atravesar el exigente filtro informativo del Banco Online. Finalmente, cuando contestó el cuestionario en forma correcta, pudo plantear su problema. La operadora la escuchó hablando de su problema personal, decía que su marido – un jubilado según la ficha en la computadora -, había salido recién del hospital, y ella no estaba enterada de que su banco no había pagado la letra. La operadora le informó del porqué el sobrecosto. Repentinamente la señora guardó silencio.  La operadora no entendía lo que pasaba, “Señora? Se encuentra allí?”. Luego, escuchó lastimeros suspiros e hipos. “Señora? Se encuentra bien?”. “Sí, señorita, me encuentro bien.” – le contestó con fingida compostura – “pero no entiendo cómo pueden tratarnos así a los pobres”, se quebró de nuevo en llanto. “Pero lo pagaré, no sé cómo, pero lo pagaré.” – prometió finalmente, antes de colgar.

Muchas de las llamadas recibidas en aquel centro de llamadas eran muy parecidas a esa. Muchísimos clientes del banco, llamaban constantemente a preguntar el porqué le cobraron demás. Había miles de explicaciones técnicas, y seguro todas eran ciertas. Era una condición del contrato, eran gastos de cobranza, etc, etc. Resultaba casi imposible que los clientes, pudieran hacer algo para evitar que se les tuviera un poco de consideración. Todo estaba pensado, calculado.

Mucha gente en Paraguay sueña con irse a Europa, casarse con algún europeo que tenga un buen trabajo, y nunca más volver a Paraguay. El sueño de la chica paraguaya es encontrar un marido que le mantenga y le compre todo lo que ella quiere, y que nunca tenga que trabajar. Y mejor si eso es en Europa, es el sueño de la “Cenicienta” paraguaya. O mejor, ir a Europa a trabajar unos años, juntar dinero, y volver, poner algún negocito, algo que jamás podría conseguir si no saliera del país. Incluso mujeres casadas, divorciadas, solteras, con hijos, tienen el mismo sueño. Y muchas van en la búsqueda de ese sueño.

Europa, EEUU ejercen un poder atractivo irrefrenable para los paraguayos. Sueñan con una vida allá, como sale en la tele. Todo es tan perfecto en el primer mundo,  en esas series, que la gente se lo cree. Y en cierta forma, al escuchar las llamadas de ese centro al servicio de un Banco en España, se concluía que todo es perfecto en Europa.

La tecnología y la globalización han logrado cosas inimaginables.

La vida de una persona, está totalmente contabilizada con esa tecnología. Sus gastos, su salario, los hijos, los números de teléfono, sus enfermedades, los lugares donde ha vivido, desde cuándo, sus lugares de trabajo, si se divorció o no, y de qué forma. Todo está en la base de datos.

Su salario es movido al toque de un botón, desde el banco de la empresa para la que trabaja, a una cuenta bancaria a su nombre. De ahí se le debitan los gastos de servicio, luz, agua, teléfono, celulares, alquiler, tarjeta de crédito, préstamos. Y con lo que le sobra – a veces no le sobra nada – el pobre europeo tiene que sobrevivir.

El bombardeo de marketing es shockeante, anestesiante, alienante. Nadie es nada si no tiene. El objetivo de todos es ganar la carrera de tener. Tener es más importante que vivir.

Y luego, ahí ya está la tecnología, lista para brindar todos los botones necesarios para asegurar el cobro de la carrera por tener. Durante años, el marketing se ha ocupado de justificar la irrupción en la privacidad de la gente común, con la idea de que la tecnología es segura, ahorra trabajo, porque ya no tendrás que ir caminando a una boca de cobranzas para pagar tu luz, tu agua, tu teléfono. Ellos te brindan la facilidad de automatizarlo todo, para que tú no te estreses, no camines…
Les faltó decir, para que “no pienses”.

Poco a poco, han ido metiendo la idea de la automatización, sin que la gente se diera cuenta de que con ello, pierden su autonomía, su privacidad, su poder de decisión sobre su dinero, el control de sus gastos. Con el sistema hoy impuesto en el primer mundo, la gente pobre ha quedado a completa merced de monstruos voraces que literalmente se “tragan” su dinero, sin que el infeliz pueda cuestionar siquiera.

Sólo se percatan de esta diabólica dinámica, el día que no tienen ni para comer, y que sólo trabajan para mantener a esos monstruos que le dieron unos cuantos espejitos, a cambio de la explotación despiadada de la que son objeto, sin siquiera poder preguntar porqué, como la señora de la llamada.

Cuando preguntan “porqué” hay una respuesta técnica pensada para cada opción, y además el banco no existe físicamente, sólo en la tecnología. La operadora del centro de llamadas, se encuentra a 10 mil km de distancia, en un paraíso fiscal del 3er. Mundo, percibiendo por su trabajo, una centemillonésima parte de las jugosas utilidades. El pobre infeliz, ni siquiera tiene la oportunidad de ir y pegarle una buena trompada a quien le responde mal, cuando pregunta porqué. Está en otro país, no existe, es virtual, así como virtual es la forma en que se quedaron con su dinero.

Es sólo una pequeña muestra de la "perfección" del primer mundo.

La perfección de lo automático, de lo virtual, en realidad no le favorece a la gente pobre, sino que la empobrece más, y la despoja también de sus más elementales derechos. Es una especie de mensú del siglo XXI, todo lo que gana, lo tiene que dejar en el almacén del capataz, que finalmente es del patrón, y las más de las veces se quedan  en saldo rojo.
El pobre trabaja de sol a sol, pero siempre le debe al patrón.

Y así, una y otra vez, uno puede leer en la prensa europea, que partidos políticos conservadores han ido recuperando terreno, desplazando a partidos progresistas, sin que la gente se diera cuenta, que están votando en realidad para que le empobrezcan más y más. Con discursos nacionalistas, xenofóbicos, se hacen de la adhesión de aquellos que culpan a los inmigrantes de la falta de trabajo, de la crisis económica. Cuando en realidad, los pobres europeos lo que hacen es ceder su libertad cada vez más, más. Y en algunos casos, son tan dignos de lástima como los propios inmigrantes a quienes odian.

Los dueños de los monstruos financieros  e industriales internacionales, no tienen ni una pizca de xenofobia. Sin escrúpulos, contratan a los inmigrantes para desplazar a los nacionales, o llevan sus industrias países “más baratos”, dejando en la ruina a miles de compatriotas suyos, sin importarles un comino las consecuencias, o el tendal de suicidios, depresiones, familias rotas que provocan con ello. Y también, sin escrúpulos, apoyan a políticos que se valen del discurso nacionalista, para capturar los votos  de los mismos desplazados y perjudicados por sus amigos industriales y financistas que los apoyan.

O sea, una anestesia corporativa sistemática.

El llanto silencioso de aquella señora, que enseguida recuperó la compostura orgullosa de española de pura cepa, que no suplicaría jamás a una “sudaca”, ese llanto es a veces el único síntoma de que esta gente no está muerta, de que no son zombies sin sentimientos. Ese quieto llanto es la prueba del dolor causado por la perfección del primer mundo.

Me quedo pensando en ello. Cierro los ojos y veo en mi mente el sol enrojecido del atardecer mensú.
Rojo el sol, roja la tierra, roja la sangre del mensú. Igual que la de los europeos.

Veo en mi mente la vorágine verde de la selva despiadada, de tigres y pumas alrededor del yerbal. Puedo oler la quema de las preciosas hojas en las que se le va su corta vida. Y siento pena, mucha pena, quiero llorar como esa señora que llamó a preguntar “porqué”.
 

Los lentes

Se los sacaba y se los podía de nuevo, así una y otra vez, en forma temblorosa e insegura, porque las patillas del óculo parecían el pene de un viejo, así tambaleantes, sin fijación ninguna, rotaban en un eje imaginario, sin asidero, no se sostenían en sus orejas, se deslizaban hacia los lados  de la cabeza, como abriendo las piernas, cayendo en un movimiento de tijeras de bailarina, y él los volvía a sostener, como tratando de sujetar y juntar las piernas de la insistente danzarina, que sólo había aprendido la lección de las tijeras…
Así, entre esos movimientos repetitivos, mecánicos, histéricos, comenzó a balbucear, primero en forma incoherente, luego con una fuerza indescriptible, con una convicción y un espíritu inquebrantable. Se quejaba de todo, decía que allí todo estaba mal…
Dijo “siempre le digo a la gente que nunca deje a sus muertos solos aquí, yo presencié lo que hacen con los cadáveres indefensos. Les abren la panza y se sirven de allí todo lo que quieren, hacen un festín con la chura de los muertos. Hígado, corazón, ojos, riñones, hay para todos los gustos! Fíjate que el otro día le sacaron el marcapasos a una señora, y le robaron! Pero los familiares se dieron cuenta, porque habían pedido que se lo sacaran, querían usarlo para un sobrino que también necesitaba el aparato, pero todos se hicieron los ñembotavy. Nadie gua´u encontraba el dicho aparato. Los familiares les denunciaron, vino la fiscalía a intervenir el lugar, y mágicamente apareció otra vez en un rincón, en el que toda la familia ya había buscado. Ves?
Acá hay una rosca, que tiene una fuerza, que ni te imaginás! Nadie puede con ella!
Nadie puede resolver el problema aquí. Todos los que vienen dicen que vienen a cambiar, y seguro cambia algo, pero nunca para mejor.”- exhaló un largo y lastimero suspiro. Parecía haberse desinflado de una enorme bola de gas venenoso, que le corroía las entrañas.
“La otra vez, por ejemplo”- continuó con su penoso relato, “vino un señor de San Pedro, llegó como a las tres de la madrugada, estuvo rondando aquí y allá, suplicando la atención de un alergista, los funcionarios se reían, se codeaban, y cuchicheaban entre ellos, y luego le decían “Ndai kuai, amo frente na e porandu, ore ko ndoroikuai voi”, y luego se reían a sus espaldas. El pobre señor, achacosamente, iba y venía por los pasillos, preguntando en cada ventana.
Los funcionarios ya habían desayunado, se ocupaban afanosamente del suculento terere. Sabés que esto sucede alrededor de las nueve de la mañana. Pero el señor estaba todavía dando vueltas, preguntado y esperando lo mismo. Así estuvo hasta que la yerba ya estaba lavada…
Finalmente, vino aquí y me contó su historia. Me dio mucha pena, no hablaba castellano… Trataba de sonreír, seguro que no le salía la sonrisa por el dolor de las piernas, no tanto por su boca vacía de dientes…Omombe´u icheve lai problema. Rápidamente, contacté a algunos amigos del sindicato. Sabés que aquí hay 14 sindicatos, verdad? La red de sindicalistas es muy poderosa! Bueno, le llamé a estos socios, y  les pedí ayuda para el pobre señor. Rápidamente se movieron, y en menos de media hora, ya le habían atendido, y solucionó la necesidad que tenía: necesitaba un diagnóstico para operarse las piernas. Era sólo eso, una consulta y un diagnóstico. Y como sólo hay cuatro alergistas en todo el hospital, nadie quería meterse en esa vaina. Nadie pues quiere jugarse el pellejo ayudando a alguien que ni siquiera conoce. Acá se le sumaria por cualquier vyrorei a los perros!”, esta vez el suspiro era casi llanto.
“ Y eso pues es el problema” continuó sin dame tiempo a reflexionar, “el problema luego es que nadie quiere ayudar en nada. Para qué? Sabemos que no se va a solucionar nada. Este nuevo consejero obrero por ejemplo, mirá na la foto” – me mostró la foto pegada en la sucia mampara de aglomerado. Un petiso con cara de pícaro, con barbilla estilo Robin Hood, abrazado fogosamente a Lugo, casi lamiéndole la barba al paí kue. Por cierto, el abrazo estaba trucado con fotoshop. “Qué peligro”, pensé, “así hasta pueden publicar una foto de Lugo haciéndole fellatio a Carrizosa… o a Calé!” Espanté esas ideas diabólicas de mi cabeza en un movimiento de espantar moscas.
Sentí como un bulto en la boca del estómago. Aún tengo frescas en la memoria, las imágenes de Stroessner, joven, sin arrugas, elegantemente trajeado y con un peinado estilo “Lo que el viento se llevó”. Ni un gramo de panza en las fotos, y su delicado y arrubiado bigote, impecablemente recortado. Era un lindo señor cuando joven. Muchísima gente le tenía una especie de adoración.
No me olvido de mi abuelo. Era Juez de Paz de la vieja guardia, se fueron él y mi abuela a Ciudad del Este donde vivíamos también alguna que otra migaja del derroche de Itaipú. En aquel tiempo "Ciudad Presidente Stroessner", un 3 de febrero, aniversario de la ciudad, Stroessner estaba también en el desfile de las chiroleras con minifalda y botas, y un anémico regimiento de fronteras, que sólo paseó su famélico sostén de verde´o.
Entre la multitud salpicaba de retazos colo´o, los abuelos, sonrientes, saludaban con sus respectivos pañuelos, felices de respirar el mismo aire circundante al Mburuvicha.
Nunca había visto tan feliz a mi abuelo. Me puse feliz también yo, al verlo así, lo amaba demasiado para dejar empañar ese momento con los terroríficos rumores  que hablaban del  General Colmán tirando guerrilleros desde los aviones. Las viejas cuchicheantes, no tenían otro tema para hablar. Parecían muy lejanos esos chismes en ese momento pleno de felicidad familiar, era todo tan perfecto entonces.

Tenía mi familia feliz, junta, comiendo bien, en una linda casita de Itaipu, un cochecito usado, que aprendí pronto a manejar. Quién podía ocuparse del ñeembegue? En esa época lo único que tenía en mi cabeza eran los besos de mi hermoso y rubio noviecillo. Sus hermosos ojos verdes ocupaban todo lo que había debajo de mi negra cabellera y los besos que nos dábamos no pasaban desapercibidos. Me estremecía de pies a cabeza cuando nos besábamos en el patio trasero del colegio.
Era tan lindo todo! El colegio - como un monasterio enclavado en el recientemente desmontado bosque -, tenía todo lo que Itaipú podía comprar, un colegio de ricos, gratis para nosotros los pobres, hasta compañeros de la clase alta! Habían venido de los mejores colegios de Asunción, y estaban a nuestra merced, en medio de esa ciudad fabricada, de la tierra colorada que se te pegaba en la lengua.
Ah! Qué tiempos inolvidables…
Por supuesto que ni pensaba en ese momento en los tipos atados con bolsas de arpillera arrojados al vacío.
Eso vino después.
De la forma más inesperada, más nauseabunda.

“Yo,” – continuó  el hombre de los lentes bailarines –“ahora estoy en el freezer, ya está preparado mi traslado, el presidente de IPS no ve con buenos ojos que yo le quiera ayudar a la gente, y sobre todo, que hable tanto de los derechos de los asegurados, a los asegurados. Mejor si no saben nada. No se puede dar respuesta a la demanda con la infraestructura instalada. Es más fácil hacerse el ñembotavy, y velar cada uno por su olla. Nadie pues sabe cuánto tiempo va a estar aquí, así que no hay que perder el tiempo tratando de ayudar a nadie. Aparte no se puede con la rosca.” – finalizó con aire resignado. Dejó caer los temblorosos lentes a un lado, que quedaron a un costado de su mano, con las “piernas” abiertas.
Se quedó mirando la foto de la mampara. La miré también yo, y otra vez me vino a la memoria la foto de Stroessner.
Salí de allí a la sofocante siesta asuncena.
Subí al colectivo e iba pensando en lo que había escuchado.
Pensé en el calor, aún no entiendo porqué hace tanto! Recordé algún párrafo de Gabriel Casaccia en “La babosa”. Nunca leí una descripción más magistral del calor paraguayo que en ese libro.
La que yo pudiera hacer aquí seguro no superará la de Casaccia. Era un maestro.
Yo sólo veía los bloques de la ciudad, sucios, desordenados, calcinantes….
Pensaba, cómo hicieron para fundir así nuestro país? Esos bloques son la prueba más palpable del desprecio de los poderosos hacia lo bueno, lo importante. Esa es la única explicación que le encuentro a esta Asunción despreciable del presente.

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